Año 2014 - República Argentina
Oficina del Contribuyente - Sector General - 10:00 am
Husmeando como un sabueso se me acerca el de seguridad. Lo saludo con un amable “Buenos días”, y él, sin decir palabra, apunta con el mentón a la mesa de Informes mientras manguerea la cachiporra.
Oficina del contribuyente - Informes - 10:01 am
El andarivel serpentea por el salón arreando contribuyentes a su antojo. Diez de frente al mostrador, diez de espaldas, diez de frente… y así. El informador, de mirada de aguaviva y movimientos mínimos, entrega formularios a un rebaño silencioso. Los anteojos metálicos sobre la narizota de morrón le remarcan la pelada incipiente y la tez de leche. Cada tanto señala en la pared detrás de él alguno de los incontables carteles que empapelan el salón. Imposible leer qué anuncia cada uno.
Conozco a estos tipos. Sé que será difícil explicar mi situación sin que me interrumpa, sin que me deje de lado sin más, regodeándose en su perversión. Puedo plantear el asunto en términos técnicos, emulando las palabras que ellos suelen usar. O puedo apelar a la lástima. Pero no, no creo que sienta lástima. ¡Aunque cuidado! Podría sentir resentimiento, envidia. Ante sus ojos debo parecer un desdichado.
Si ya veo cómo “atiende” a la mujer de adelante: mira al horizonte desganado y le contesta monosílabos con desprecio mal disimulado. La mujer, casi una anciana, se desgañita explicando su caso, pero él tiene posados sus acuosos ojos de ameba en el culo de una morocha atrapada en el andarivel. Ensimismada, la chica no advierte que le mira el culo, pero yo veo lo que él no puede ver: yo la veo de frente. Y se trata de una morenita de semblante melancólico. Voluptuosa, pero también inocente y frágil. Un flequillo lacio y negro interviene dramáticamente la blancura de su piel. Los ojos de aceituna y palmito descansan sobre cáscara de durazno. ¿Y ese tatuaje? Ah no… ese tatuaje en la mano lo dice todo: pide a gritos que la protejan. Quiere verse más dura, más brava. Menos suave y esponjosa. Ese tatuaje pretende contradecir su bucólica adolescencia. Me remite a una colegiala de anime Hentai. Me emociona.
Sueno naif, lo sé, pero poseo la habilidad de detectar de un vistazo lo extraordinario. Logro disimular el nerviosismo que me provoca su presencia, pero tal belleza me resta seguridad. Justo ahora que la necesito para encarar el trámite. ¡Soy tan vulnerable a lo extraordinario!
¡Y qué calor hace! ¡Está tan fuerte la calefacción! Es excesiva para quienes venimos de la calle. Pero, si me saco la campera, no puedo con todos estos papeles; no hay dónde apoyar. A ver… parece que nos movemos.
Sí, nos movemos. Yo, en dirección a Informes; ella, en la dirección opuesta: hacia mí. Vamos a cruzarnos, a quedar uno pegado al otro, separados apenas por la faja sintética del andarivel.
Mis prioridades han cambiado. Me sigue importando resolver el trámite, claro, pero esos ojos me conmueven. Las otras redondeces me perturban. Remuevo mis papeles simulando confusión. Y ahora su tatuaje casi roza el faldón de mi abrigo. Ni me atrevo a mirarla. Me saco la campera con teatralidad y logro que varios formularios caigan al piso. Por suerte, algunos van a parar a sus pies. Ella, bien dispuesta, los recoge.
—Uh, te agradezco —digo, como sorprendido.
Agarro los papeles. El abrigo bajo el brazo me ayuda a no poder ordenarme, a sobreactuar torpeza. Ella se solidariza:
—Te tengo la campera...
—¡Mil gracias!
Tiene mi abrigo en sus manos. Demasiado bueno para ser cierto, demasiado rápido para que resulte casual. Debo seguir simulando lo fortuito del caso. Mientras me organizo, la miro con una sonrisa como de disculpa. Ella hace un gesto de “todo bien”, habilitando entre los dos un nivel de confianza superior. Los demás son maniquís, sólo estamos ella y yo.
Nos movemos. Ergo, nos separamos. La morocha se aleja de mí con algo que me pertenece, y eso me gusta. Me gusta mucho. Se ríe. No quiero abusar ni ser gomoso: me estiro para alcanzar la campera, y así liberarla del compromiso. Pero, cuando me la entrega, la miro a los ojos. Y descargo en esa mirada todo mi arsenal. Asiento agradecido procurando retenerla. Ella, tímida, baja la vista.
Me toca el turno. Estoy muy cerca del de Informes. Alcanzo a leer el cartelito que ostenta como una cucarda, abrochado en el bolsillo de la camisa. Creo que dice… ¿Funes? Sí, señor: Rubén Funes.
Puedo olerlo. A pesar de los dos o tres metros que nos separan, el perfume barato me llega cuando mueve su papada grasienta. Es el olor dulzón de los cementerios, el de las flores en la primera fase de la putrefacción.
Rubén Funes termina con la pobre desgraciada que me precede. La mujer asiente vencida, y se aleja murmurando. Ahora el zombi tiene la vista perdida. Flota en un limbo secreto, ante la mirada atónita de los que esperamos. No sé si adelantarme o esperar a que me llame: podría despabilarlo; malhumorarlo incluso, despertar su ira más cruel. La corbata ajustada le aprisiona una verruga que emerge altanera entre los granos enrojecidos de la base de la barba. Una fatigada barba de trescientas afeitadas anuales.
Despierta al fin y me hace un desganado gesto para que me acerque. Como puedo, manoteo de uno de mis bolsillos los anteojos de leer, y me acerco al mostrador. Me calzo los lentes y switcheo a función “boludo alegre”. Actúo un tipo simpático, un optimista de matriz filantrópica. Un pelotudo, digamos.
Oficina del contribuyente - Informes - 10:17 am (Funes)
¿Y este Anteojito qué mira? Se creen que uno está para ellos. Mirá la peluca de esa vieja. Dejate de joder... ¿Y ese putito? Mirameló con la boinita al croché y los auriculares gigantes. Qué lo parió…
Pero esa nena no… El orto de esa nena no se puede creer…
Uh… ¿habré dicho algo, la puta madre? Por momentos no sé si pienso o si hablo. ¡Es que me vuelven loco todos estos!
¿Y el Anteojito este?
Oficina del contribuyente - Informes - 10:18 am (Jorge)
—Le comento: yo tengo incluida la obra social en la cuota, pero como uso la prepaga de mi familia…
Oficina del contribuyente - Informes - 10:19 am (Funes)
Pobre Anteojito: con todos los formularios en la mano busca dar lástima. ¡Te los voy a meter todos en el orto! ¡Uno por uno te los voy a meter! Los que traés te los hago tirar a la mierda… o te digo que están mal completados. O mejor no. ¿Mejor sabés qué? Mejor te digo que no son los correctos y te encajo otra docena. ¡Ahí está! ¡Te voy a rejuntar unos cuantos! Te hago completar todos estos, y te mando al primer piso.
—Completame todo esto, flaco. Y te llaman por apellido en el primer piso.
—Ah, okey. Perfecto, perfecto. Pero usted podría explicarme cómo completar… ¿Y no tendrá una birome que le sobre?
Pibe: yo tengo una vida, ¿sabés? Claro, un modernito como vos, que está todo el día con la guitarrita chiqui chiqui, ni sospecha que este ser inferior tiene cosas importantes que hacer. Aparte, no te escucho. Estoy mirando a esa nena, que tiene un ojete increíble, y tengo que pensar qué decirle. Nah… mirá, se está abriendo la bufanda, ¡qué hija de puta! ¡Mirá las tetas que tiene! ¿Y ese tatuaje? Ah no… ese tatuaje en la mano lo dice todo: pide a gritos que se la garchen. Le voy a sacar el mail, le digo que es para mandarle el instructivo. Qué carajo me importa, la chamuyo desde la cuenta de la central. Igual, primero voy a probar si agarra viaje acá mismo, capaz... Hay que ver cuánto debe. Nunca se sabe.
—No, po-porque lo que yo le comentaba… Yo tengo incluida la-la… la obra social en la cuota, ¿sabe? Pero, como uso la prepaga de mi familia…
—¡Qué hacés, Funesto, ja, ja, ja! Mirá lo que te dejó Dorita: medialunas de grasa y de manteca, bolas de fraile y churros rellenos. Y todo porque le conseguiste cambiar a 12. ¡Qué grande, maquinaria! ¡Cómo las tenés, titán!
Oficina del contribuyente - Informes - 10:27 am (Jorge, alias “Anteojito”, Alias “Flaco”)
¡Y este quién es! ¿Tony Soprano? ¡No! Justo que Funes me estaba dando pelota, viene este mafia a interrumpir. Y mirá lo que es: ¡Se le caen las manos de tanto anillo y pulserita! ¿Y ese tatuaje hecho como con birome? ¡Qué zoológico, por Dios! ¿Y qué trae en ese paquete con moño de cintita roja? ¿Qué son? ¿Facturas vienesas? No, qué van a ser, si el papel ya se volvió transparente. ¿Y ahora qué hace Funes manoseando a la morocha con los ojos? ¿Y qué le dice al oído al barrabrava? ¡Cómo me indigna que se babeen con ella, la puta madre!
Por suerte ella sigue con la cabeza gacha, abstraída de toda esta inmundicia. Hago fuerza con la mente para que levante los ojos. Hay conexión, porque levanta los ojos. Y a mí el corazón se me dispara. No puedo creer lo hermosa que es, lo dulce y femenina. Con sigilo, le muestro un gesto de burla dirigido a Funes. Lo ridiculizo para compensar el hecho de estar en este lugar de mierda. Ella sonríe y baja la mirada, pero un instante después vuelve a alzarla y me mira fijo. Esta mirada es distinta, me confirma algo: además de hermosa y dulce, es mujer. ¡Y qué mujer! Esto derriba mis diques, un océano de adrenalina fluye dentro de mí.
Ahora Funes se da vuelta y se pone a abrir el paquete de facturas sobre una pila de biblioratos. Y la fila crece y crece. ¡Y nadie dice nada! Quiero creer que no va a comer, estamos todos esperando. Pero no sé, a ver… parece que… ¡y sí! ¡Sí, sí, sí! ¡Se lo mandó nomás! ¡Se mandó el vigilante entero! Se lo empujó con la palma de la mano, para que le entre todo. ¡Qué animal! Y le quedaron restos de pastelera y membrillo en el bigote. ¡Qué ser repugnante! ¿Y el otro? ¿Y el otro quién es? ¿Qué hace? Mirá como mira a la morocha. ¡La puta que lo parió! Ahí le dice algo al oído a Funes. ¿Le dirá algo sobre ella? Bueno… igual ahí se va. Lo deja a cargo, solito, a Su Eminencia Reverendísima, el Excelentísimo Señor Encargado de Informes de la Dependencia Estatal, que se acerca de nuevo al mostrador, disimulando la masticación, con la boca salpicada de azúcar impalpable.
Giro levemente hacia la morocha y le hago un gesto de asco, desde luego en alusión al engendro. Ella, clemente, revolea los ojos como diciendo “Y bueh”.
Vuelvo a Funes. Sin duda, me ordenará que explique todo de nuevo. Agarra varios formularios del mostrador. Uno lo usa para limpiarse el pegote de las manos, y después lo tira debajo de él. Me extiende —los ojos entornados a través de las gafas, mientras no controla un eructo— el resto de los papeles:
—A ver. Explicá todo de nuevo. Pero en Cobranzas. Primer piso.
¡Tiene la voz de un pato, el hijo de puta! ¿Y si le tiro el monitor a la mierda? Lo puteo delante de todos. ¿Pero qué le digo? Ella me está mirando, y seguro que de la bronca se me hace un nudo en la garganta y quedo como un tarado. Lo mataría… ¡La concha de su madre! ¡Hijo de mil putas!
Ma sí, qué voy a hacer… voy a subir a Cobranzas.
A explicar todo de nuevo.
Primer piso - Cobranzas - 10:40 am (Stella Maris Camacho)
Uf, ahí sube otro pesado. Justo que la Ethel me trajo los perfumes. Estos se creen que una está para ellos.
Primer piso - Cobranzas - 10:41 am (Jorge)
Frente a mí… ¿un femenino? Menos mal que el cartelito lo confirma: Stella Maris Camacho – Cobranzas. Uñas como garras y ubres que le reposan sobre el matambre. Por todo lo demás, no podría distinguirse de un jabalí vestido, con algo más de vello.
—Sí, qué tal. Le comento, señorita Camacho: yo tengo incluida la obra social en la cuota, pero como uso la prepaga de mi familia…
La Macho Camacho me arranca los formularios de las manos y clava sus pezuñas en ellos. Los examina, los retuerce, los abrocha.
—Esto tenés que ir a Informes y te dan el instructivo del ccma.
—Pero estuve recién en Informes y me mandaron para acá.
—Acá, pichón, tenés que completar todos los 155. Me sacás el ccma, y ahí el sistema te dice. Eso sí: si anda.
—¿Si anda qué?
—El sistema, tesoro.
—¿Pero de dónde le saco el ccma? ¿Qué es el ccma?
—Nada, eso lo hacés en internet. Entrás en la página y lo hacés desde ahí.
—No, pero… espere: yo ya intenté. La verdad, no entiendo nada… Se traba la página, y aparte hay cosas que no aparecen, ese ccma no aparece. Aparte…
Aparte no tengo obligación de tener internet, pedazo de vaca corrupta y burócrata.
Hablando de vaca, me siento un toro en plena corrida: en cada mostrador me encajan una nueva banderilla. Pero sin decir agua va, la Camacho retrograda y se mete dentro de una zona interna. Me deja hablando solo, con los formularios en la mano. Eso sí, ahora están abrochados.
Bueh… esta ya me despachó, capaz que ni vuelve. Mejor me voy abajo y le pregunto a otro. De paso, veo en qué anda la morocha.
Oficina del contribuyente - Sector general - 10:48 am (Jorge)
Uy… la gente que se juntó. Me muero de calor. Mejor voy a sentarme un poco acá, al pie de la escalera. ¿Dónde estará la morocha? ¿Habrá subido y no me la crucé? Ahí viene el de seguridad. ¿Qué quiere? ¡Ah, bueno!: me apura con un gesto de “¡levantate!”, como si yo fuera un ciruja. Resentido hijo de puta, sólo me senté un segundo. Qué gente de mierda. No se puede creer.
Oficina del contribuyente - Sector General - 10:55 am (Gladis)
¡Cómo me gusta mi trabajo! Y sí… Caminando por el salón da la impresión de que me intereso, de que ayudo. De que trabajo, je. Es que sentada en el box me aburro como cuando alguno me quiere impresionar llevándome al teatro. Además —lo admito—, me gusta que me deseen: con este pantalón de raso rojo no hay uno sólo de todos estos pajeros que no me mire el culo. Qué sé yo… Los veo como a perritos perdidos, y me dan pena. Cuando me ven pasar, siempre hay algún cándido que trata de sacarme un dato, una información, algún apellido de alguien de acá que corte el bacalao. Yo hago que los escucho. Les digo cualquier cosa, lo primero que me viene a la mente. Bah, no. No cualquier cosa. En realidad les digo algo relacionado con el tema, que suene creíble. Por ejemplo: “Esto tiene que bajar el archivo, ahí de la página de Condición Tributaria, pedir el estado de aportes o sacar el f420t, Alta de Regímenes, y aceptar los datos biométricos”. Como no entienden absolutamente nada, se sienten avergonzados. Entonces no vuelven a preguntarme. Y así, culposos y agradecidos, se van calladitos. Los más avispados —es un decir— me miran incrédulos. No hay vuelta que darle: yo nací para psicóloga. Doy dos o tres vueltas. Agarro los que dejó Funes medio turulatos; o los que vienen de arriba, ya resignados. Hasta medio que siento una especie de satisfacción por el deber cumplido, y me voy a la cocina a premiarme con un puchito. De paso me hago un café y le afano una factura a ese flor de pajero de Ramírez, que si me llega a decir algo, le hago acordar de cuando lo agarré machacándosela en el baño de discapacitados. ¿Habrán dejado algún churro con dulce de leche? Mmm… una bola de fraile… Mejor voy ya mismo, antes de que las termitas acaben con todo.
Oficina del contribuyente - Sector general - 10:57 am (Jorge)
A ver allá: esa veterana de las calzas rojas parece distinta, se la ve más normal. Un yiro, pero bueh, voy a acercarme con sumo respeto, a ver qué pasa. Yo creo que esta me puede llegar a ayudar.
Ahí está. Ahí la agarro. A ver…
—Sí, qué tal. Le comento: eh… yo tengo incluida la obra social en la cuota, pero como uso la prepaga de mi familia… ¡Señora, señora! ¡Disculpe, señora! ¿Qué pasa? ¡No me da bola! Se va y me esquiva la mirada. ¡Como si no me escuchase! ¡No puede ser! No puede no haberme escuchado. ¡Me pasó a medio metro!
¿Y dónde se metió? Desapareció detrás de esa puerta cancel, que tiene más pinta de entrada a una cocina que a una dependencia estatal. ¡Y ahora de esa puerta sale la morocha! ¡No entiendo nada! ¿Qué hacía ahí? ¿Qué hay ahí? ¿Y qué trae en la mano, qué se está comiendo? ¿Un churro? Uy, la puta que lo parió, viene para acá. Voy a interceptarla. Me voy a poner en su paso para activar un diálogo. ¡Alguna se me tiene que dar hoy!
Sector interno de descanso del personal - 10:58 am (Gladis, Funes, Ramírez y Ethel)
Gladis: Qué hacés, Funes. ¿Quién era esa morochita?
Funes: Mgrrrmmm…
Gladis: ¿Qué te estás morfando?
Ramírez: ¿Qué te estás morfando? ¡Decile, Funesto! ¡Decile lo que nos vamo a morfar!
Funes: ¿Qué pasa? ¿No tengo derecho, yo?
Gladis: Bueno, che, ¿quién te dijo algo? ¿Las trajistes vos, Ramírez?
Ramírez: No, se las trajo Dorita porque Funesto le consiguió los dólares baratos. A 12. Hay que dejar alguna para los demás, eh…
Gladis: Y bueno, che, dejale vos. A mí qué me decís. Yo más de dos o tres no me como. Ponele cuatro que me coma, con toda la furia. Con lo que hay que aguantar ahí afuera, alguna satisfacción… ¿vistes?
Funes: Seeé. Ta bien. Comé, comé… Y hay que apurar antes que baje la Camacho que se lastra hasta el papel.
Gladis: Comé despacio, Funes. Comé despacio, que te vas a atragantar y nos vas a dar un disgusto a todos. Che: ¿quién era la negrita esa que salió con un churro en la mano?
Ramírez: ¡Ja, ja, ja! ¿Quién era? ¡Decile, Funesto, decile quién era! Uy, miren quién viene ahí.
Ethel: Che, escuchen: dice Gorostiaga que llamaron de superintendencia. Hay que tener listos los pta para hoy sin falta, eh. Le tiraron las bolas del Ministerio.
Ramírez: No, Ethel, yo estoy apagando incendios. Así que a mí me puede reemplazar Fu...
Funes: A mí ni me mirés, que viste la cola que tengo afuera.
Ethel: Bueno, che, no sé. Alguien los tiene que hacer, vos vistes. Si vos no podés y Funes está hasta las bolas, agarralos vos, Gladis. Che, ¿y esas facturas?
Gladis: No, yo ni en pedo. Igual hay que ver si hay sistema…
Ramírez: Ah, es verdad. Ayer se cayó el sistema. Así que capaz que hoy...
Ethel: ¿Son tuyas, Funes? ¿Le puedo entrar a una bola de fraile?
Oficina del contribuyente - Sector general - 10:59 am (Jorge)
La morocha viene hacia mí. Siempre con la cabeza gacha, como avergonzada, diría. ¡Qué hermosa es, por Dios! Tan dulce y salvaje a la vez. Pero… ¿qué hacía ahí adentro?
Se está acercando. Me voy a mover un poco para que me registre. Me voy a poner en su trayectoria. Ahí está, me puse... ¡pero pasa a mi lado y ni me mira! ¡Se me va, la puta madre! ¿Y ahora qué hago? Ma sí, ya dejé toda mi dignidad en este lugar. ¡Qué le hace una mancha más al tigre! Voy a apurar los metros que me separan de ella. Estoy nervioso y agitado.
—¿Cómo te fue a vos?
La voz me sale aflautada, mierda.
—Nada, rebién: me acabaron todo. Son divinos acá. En general, en una horita te lo sacan.
Me guiña un ojo. Con la lengua se limpia dulce de leche del labio.
—Chau, corazón. Nos vemos.
Y se aleja, dejándome —¿corazón…?— estupefacto.
Los brazos me cuelgan con ramilletes de formularios sujetos en las manos hechas puños. Debo verme como un perrito extraviado, porque el de seguridad me observa triunfante con sus ojos de corvina mientras masturba su cachiporra. Puedo ver a Funes regresando a su puesto de “trabajo”. Aprisionado en el andarivel, el rebaño bala lastimoso reanudando su marcha hacia el matadero, quizás intuyendo su destino miserable. Todo sigue su curso normal. Yo me voy. Me gustaría decir “para no volver”, pero intuyo que no será así. Decora la puerta de salida un enésimo cartel.
Si te ha interesado lo leído, te invito a conocer más de mi trabajo:
También me ayuda mucho que te suscribas al blog y lo compartas,
como tu colaboración a través de Cafecito.
¡Infinitas gracias!
Comments