COSAS QUE PUEDEN SUCEDERTE
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Un potente analgésico de acción retardada.

COSAS QUE PUEDEN SUCEDERTE

Libro de Santiago Clément

Luvina Editorial (2021)


 

Abrir este libro es iniciar un safari por la estepa donde asola la bestia más brutal: la bestia humana; y será un ejemplar de esa especie el que tenderá la mano para salvarnos de peligros no siempre terrenales, pero ciertos. Habrá intersticios de aparente asilo en esta incursión a lo desconocido del alma, pero se tratará en verdad de trampas del autor para exacerbar el morboso deleite de la agonía.

Ya en El manicomio empiezan a hacer mella las punciones, y quien lea en compañía es probable que deba disimular un estertor de congoja. Un poco más adelante, Cosas que pueden sucederte escribiendo a la noche confirmará el sinsentido de toda actividad humana, y será esa confirmación el salvoconducto más hermoso y liberador. Más tarde, y para evitar cualquier distención, el autor nos lanza al vacío existencial sin soga de bungee jumping en Un salto, y esa empatía con terceros en apuros que solemos declamar y no practicar, asomará súbitamente, dejándonos desnudos ante la piedad, esa extraña sensación, a tal punto que acaso debamos bajar el libro hasta que afloje el nudo en la garganta.

Es que como un curtido Yves Montand en El salario del miedo, Clément transporta preciosa y volátil nitroglicerina, y nos susurra al oído que no temamos, que continuemos a su lado (como si fuese fácil dejar de leer)... nos promete el alivio. Y el alivio llega cuando escapan los males del mundo de esta Caja de Pandora, y queda al descubierto la esperanza. Una esperanza tímida y sublime acurrucada ahí en el fondo.

Obsesionado por descubrir los ingredientes de este venenoso manjar, me atrevo a apostar por una masa madre cortazariana, activada con la levadura natural de Quiroga, ribetes de delicada masa filo de Alessandro Baricco, y sazón del moderno y picante Ted Chiang. De tal ecléctico bollo —que conjeturo arbitrariamente: no conozco a fondo al autor, y es probable que no haya sido influenciado por todos los citados—, sale esta pieza inigualable, engañosamente suave, perfumada con la dulce fragancia de la muerte, que hace su cameo amenazante y existencial, mas no maléfico ni definitivo.

Es de valientes aventurarse a las arremolinadas aguas del realismo mágico, con ocasionales trombas de surrealismo, y conseguir que el bergantín no encalle con una rocosa prosa poética. En un contexto social en que prima el entretenimiento hueco y efímero, proponer un lenguaje no lineal podría devenir insoportable y pretensioso. Pero no, este libro es hipnótico, una maravilla de fluidez que incita a dar vuelta cada página. Una obra poética, onírica, pero también llana y accesible. Clément no se embriaga, construye una profunda intimidad con personajes a priori lejanos, quiméricos, y eso descarta cualquier esnobismo.

Podría un purista objetar ciertos finales ambiguos, incluso ausentes, que desafían la ortodoxia del cuento. Ojo, no en todas las historias, sólo en unas pocas. Pero estas delicatesen literarias trascienden cualquier convención narrativa, y resulta sencillo olvidar la pretensión de un cierre paradójico que dé fin a un universo infinito, que para seguir siendo infinito, necesita justamente de ese no-final. Se busca la dilución progresiva, hay una estética en ese fade out, hay intención estilística en la elusión del desenlace taxativo. Y está bien, porque qué importa llegar a destino si el viaje es en sí mismo glorioso. O es el propio destino.

Se percibe en muchos de los relatos un brío ecológico, pero no el de la diatriba gretathunbera, taquigrafiada por lobbies corporativos y guerreros de la justicia social; no, aquí mora la seducción del sentido común, se asume un mejor negocio la armonía medioambiental que el desastre, descontando que no se logra armonía con más violencia. Habita el libro una poética ecológica en un sentido real, ese que sabe que el ser humano contamina, infecta, daña, y así y todo, no deja de ser hermoso, único, indispensable... humano. Un ser tan especial y querible que merece mejor destino, aunque se resigne a degradarse. Se juega con el fin de la civilización humana en pos de una nueva, acaso menos dañina para el medio ambiente y para sí misma, o sea, valga la paradoja, más humana, a partir de matar la brutalidad animal para dejar nacer a la sabiduría animal.

En tiempos de literatura monocromática, en que buscando con lupa y ahínco casi no se encuentra más que victimismo poético, extorsión emocional, tormento autorreferencial y colectivismo virulento, embarcarse en esta odisea es una de las mejores Cosas que pueden sucederte.



Pablo Laborde

Inefable otoño del veintiuno




¡Gracias!

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